dc.description.abstract | En primer lugar, el libro nos ayuda a entender mejor cómo y bajo qué influencias discurre la socialización de los jóvenes en el escenario globalizado actual. Gracias al empleo de técnicas etnográficas y de análisis discursivo, Doris León logra ofrecer descripciones pormenorizadas de cómo intervienen en este
proceso la escuela, los mandatos familiares, los grupos de pares y sobre todo los mensajes que transmiten los nuevos medios y herramientas de comunicación. Estos mensajes y medios, en especial, al alentar insistentemente en la juventud una vocación por el consumo, la transgresión y el individualismo, dan forma a una serie de concepciones y normativas paralelas y en varios sentidos opuestas
a las que intentan transmitirles las instituciones tradicionales (familia y escuela, principalmente); y les sirven además como materia prima que asimilan y reelaboran para, activamente, construir ellas mismas las identidades sociales y formas de expresión que despliegan tanto en sus vidas cotidianas como en el terreno «virtual». En segundo lugar, las identidades juveniles resultantes de la apropiación de los mensajes mediáticos y de consumo encuentran su ámbito de desarrollo en el seno de los grupos de pares, donde las jóvenes crean una «contracultura adolescente» dotada de sus propios símbolos, lenguajes e instituciones (ídolos juveniles, estilos gráficos, jergas, «tonos pera», etc.). Esta contracultura expresa una vocación eminentemente transgresora, por ejemplo en el comportamiento público, la sexualidad y las maneras de mostrarse en internet. Pero aun cuando las chicas cuestionan y le reconocen cada vez menos legitimidad a un orden escolar que se les presenta como jerarquizado y autoritario, no lo desafían abiertamente; más bien parecen adaptarse a las normas cuando están dentro del colegio, y las dejan de lado cuando están fuera. El problema con todo esto es que la escuela misma termina adoptando cada vez más una función disciplinaria y de control de conductas y pensamientos –al parecer con poco éxito–, en tanto que se vuelve menos eficaz para transmitir los contenidos de la enseñanza programada. Un tercer aspecto, no menos importante en el estudio, remite al papel que
desempeñan en conjunto las identidades juveniles, las construcciones de género, las jerarquías tradicionales y las desigualdades sociales en la producción y reproducción de los conflictos y la violencia dentro y fuera de la escuela. Ante la precariedad y el «desfase» de sistemas institucionales que en el pasado sí servían para mantener el «orden» entre las generaciones previas, particularmente en el
entorno educativo, la reciente proliferación de comportamientos y valores ligados al consumo y la libertad, así como el despliegue de nuevos símbolos y bienes de prestigio (modas, aparatos electrónicos, etc.) configuran nuevos criterios de diferenciación social juvenil que, sumados a las viejas divisiones y jerarquías económicas, étnicas, etarias y de procedencia regional, ofrecen un escenario
propicio para conflictos y expresiones de violencia derivados de los «celos», la «envidia», los prejuicios y la exclusión social. Pero aun cuando las jóvenes de hoy –socializadas bajo nuevos códigos culturales– están cada vez menos dispuestas a reconocer las antiguas jerarquías, persisten en muchas de ellas ciertas nociones de género naturalizadas que colocan a las mujeres en roles tradicionales y subordinados frente a los hombres (atribuyéndoles rasgos como pasividad, delicadeza, abnegación, etc.) Vistas las cosas desde esta perspectiva, nos resulta más fácil comprender entonces que buena parte de los conflictos y la violencia física y verbal que se da entre las jóvenes tiene su origen en una fuerte tensión entre aquellas ideas tradicionales de género y las nuevas formas de «ser mujer» que resaltan la libertad, el consumo y la autonomía sexual. | en_US |